José de Acosta, SJ

Nacido en octubre de 1540 en Medina del Campo (Valladolid), España; murió el 15 febrero de 1600, en Salamanca, España. Entró a la Compañía de Jesús el 10 septiembre de 1552, en Salamanca; siendo ordenado en 1566/1567, en Alcalá de Henares (Madrid), España. Hijo de un mercader principal de origen neocristiano, estudió humanidades y las enseñó (1554-1559) en los colegios de Medina del Campo, Lisboa y Coímbra (Portugal), Segovia y Valladolid. Cursó (1559-1567) la filosofía y la teología en Alcalá de Henares. Alumno brillante, tuvo interés especial en los problemas planteados por la conquista de América, y se familiarizó con el pensamiento de los dominicos Francisco de Vitoria y Domingo de Soto. Tras su ordenación, fue uno de los primeros profesores de teología en los colegios de Ocaña (1567-1569) y de Plasencia (1569-1571).
Cuando se ofreció para las Indias en carta del 23 abril 1569, el P. General Francisco de Borja le destinó (1571) al Perú, donde estaba la CJ desde 1568. Llegado a Lima el 28 abril 1572, pronto adquirió fama de predicador. El provincial Jerónimo *Ruiz de Portillo le nombró (1573) visitador del colegio del Cusco. Acompañó al virrey Francisco de Toledo a La Paz, Chuquisaca y Potosí (en la actual Bolivia), uno de cuyos efectos fue la fundación, poco después, de colegios jesuitas en estas ciudades. Desde 1575 fue consultor del Santo Oficio y profesor de teología en el Colegio S. Pablo y en la Universidad de S. Marcos de Lima, aun siendo rector del Colegio S. Pablo (1575) y provincial del Perú (1576-1581).
Nombrado segundo provincial del Perú, a los quince días (16 enero 1576) convocó la Congregación Provincial I. En ella expuso los métodos de evangelizar a los indios, mediante las doctrinas, las misiones populares en las ciudades donde residían jesuitas, y los colegios para hijos de los caciques. Las ideas de Acosta estaban tomadas de su libro, aún en manuscrito, De Procuranda indorum salute. La Congregación vio la urgencia de componer catecismos y gramáticas en las dos principales lenguas del virreinato: quechua y aymara. La Congregación Provincial II (octubre 1576), reunida para elegir procurador a Roma y Madrid, encomendó a Alonso de Barzana la tarea de redactarlos y aprobó la fundación de la doctrina aymara de Juli. Con el apoyo decidido de Acosta, la CJ se hizo cargo de esa doctrina, que fue desde el principio campo de experimentación pastoral y una especie de escuela de misioneros, con influjo en la labor posterior de los actuales Perú, Bolivia, Chile, Ecuador, Argentina, Paraguay y Brasil.
Acabado su provincialato, asistió como teólogo al III Concilio Limense (1582-1583), cuyos decretos redactó. Negado el sacerdocio a los indios, se debatió el de los mestizos. A declaró (5 agosto 1583) con juramento que había visto en algunos de los sacerdotes mestizos “malas costumbres” y en otros, “mucha virtud”; por ello, era “cosa muy conveniente y conforme a razón” no cerrarles la puerta al sacerdocio, pues los que pueden merecerlo “con estudio e virtud” harán mucho fruto en los indios, por su conocimiento de su lengua. Por orden del Concilio, redactó el texto castellano de la Doctrina cristiana y catecismo para instrucción de los indios, traducido al quechua y al aymara. La Audiencia de Lima dispuso que los ejemplares del catecismo llevasen la firma de Acosta o del rector del Colegio S. Pablo, Juan de Atienza. Fue el primer libro editado en América española (1584), muy difundido y eficaz en la evangelización de los indios.
Ya en 1580, había manifestado al P. General Everardo Mercuriano su deseo de volver a España y, en 1581, lo repitió al nuevo General Claudio Aquaviva, por razones de salud. En su respuesta (26 noviembre 1581), Aquaviva se mostró más inclinado a que se quedase en el Perú, pero le dejó la decisión en sus manos. En realidad, Acosta había tenido roces con el visitador Juan de la Plaza y se temía los tuviera con el actual provincial Baltasar Piñas. Por fin, tras una abundante correspondencia entre Roma y Lima, informó (abril 1585) que volvería a España, según una carta de Aquaviva (noviembre 1583), que se lo permitía. A mediados de 1586, partió hacia Nueva España (México), donde estuvo un año, completando su Historia natural y moral de las Indias. En marzo 1587, escribió en su Parecer sobre la guerra de la China, que “al presente, como están las cosas, no es justo ni lícito romper guerra contra la China”, una postura totalmente opuesta a la de Alonso *Sánchez, su compañero de viaje a España, adonde llegó a fin de septiembre.
Sobre el De procuranda, el P. General había escrito (8 noviembre 1582) al provincial de Toledo, Gil *González Dávila, que le había gustado mucho, pero que quería que se quitase lo tocante a la crueldad de los españoles, “porque en lo demás será muy útil”. Con todo, poco podarían los censores, pues mucho quedó sobre la crueldad de los conquistadores, como también, por otra parte, sobre la de los indios. De procuranda, el primer libro escrito por un jesuita en América, es una reflexión sistemática sobre los problemas de la evangelización de los indios. Acosta se opone con resolución al viejo método de destrucción de ídolos y supresión de antiguos ritos; defiende, en cambio, el mantener todo lo aprovechable de la cultura indígena y promueve el de las sustituciones.
La Historia natural es una ampliación de su obra latina De natura orbis. Traducida al italiano, alemán, francés, holandés e inglés, se difundió mucho por Europa. Pionero en las ciencias geofísicas, es original al tratar la naturaleza: clima, volcanes, terremotos, minerales, plantas y animales; esbozó, incluso, una teoría de la evolución. Es el primero en describir el beneficio de la plata por el azogue, empleado en las minas de Potosí. Etnógrafo y sociólogo de gran calidad, hace un estudio de las culturas incaica y azteca, que analiza en profundidad, sin limitarse a una simple descripción como otros autores. Ofrece sus teorías sobre el origen de los indios de América y sobre su evolución cultural. Conocedor de los prejuicios de su tiempo, explica a los europeos que los indios forman parte de la humanidad y que están llamados a integrarse en la cristiandad.
El Concilio Limense fue impugnado por algunas autoridades, encomenderos y eclesiásticos del Perú. El arzobispo de Lima, Toribio de Mogrovejo, encargó a Acosta las aprobaciones real y papal; obtenida la de Felipe II, Acosta fue a Roma (verano 1588) para lograr también la de Sixto V. Tuvo éxito en sus gestiones, pero ese viaje significó para Acosta el inicio de un nuevo periodo en su vida jesuita, lleno de ambigüedades. Por entonces, algunos jesuitas de España (Memorialistas) presentaron quejas sobre el gobierno central de la CJ a Felipe II. Sixto V, en breve del 5 marzo 1588, había autorizado al Rey para nombrar al obispo de Cartagena, Jerónimo Manrique, visitador apostólico de la CJ en España. Aquaviva hizo ver al Papa que existía el peligro de sustraer a los jesuitas de España de la obediencia al General y le convenció de que era mejor nombrar visitadores de la CJ. Fiado de la aptitud diplomática de Acosta, ya demostrada, Aquaviva lo nombró su emisario ante Felipe II para que designase visitadores jesuitas, en vez del obispo Manrique. El General proponía los nombres de González Dávila, Alonso Deza, Diego de Avellaneda, y del mismo Acosta. Felipe II aceptó la propuesta de Aquaviva, quien nombró a González Dávila visitador de las provincias de Castilla y Toledo, y a A de las de Andalucía y Aragón (20 marzo 1589). Ambos informaron que los descontentos eran pocos y no representaban la opinión de la CJ en su conjunto.
Aquaviva nombró a Acosta superior de la casa profesa de Valladolid en enero de 1592. Por circunstancias que necesitarían una mayor precisión histórica, sin mandato del General, Acosta trató con Felipe II de los problemas de la CJ y de la necesidad de convocar una congregación general para resolverlos. El Rey le nombró su agente en Roma para gestionarla con el nuevo papa Clemente VIII y con Aquaviva. En su Diario de la embajada a Roma, Acosta escribe que expuso al Papa que los males no tenían su raíz en los súbditos, que procedían con “simplicidad, obediencia y devoción”, sino en los que les gobernaban, sobre todo el General, “que era absoluto y tiránico en demasía”. Añade que en una charla de dos horas con Aquaviva, le manifestó que sólo con la Congregación General se podría evitar que el Rey impusiese visitadores ajenos a la CJ.
Recibida la orden del Papa por medio del recién creado cardenal, Francisco de Toledo, Aquaviva convocó (diciembre 1592) la Congregación General V. El Papa expresó su voluntad, que era también deseo del Rey, de que Acosta participase en la congregación para la que, ni por oficio ni por elección, tenía derecho. En la primera sesión (3 noviembre 1593), los padres congregados examinaron el asunto y, removidos los impedimentos que pudieran obstar, le admitieron con voz y voto por especial dispensa, dado que lo quería el Papa y, por otra parte, convenía que Acosta expusiese personalmente los deseos del Rey en la congregación. El resultado general de ésta fue desfavorable a los descontentos, y el mismo Acosta votó en contra de ellos. En la sesión que trató del decreto que excluía de la admisión en la CJ a los *cristianos nuevos de origen judío o musulmán, Acosta y Francisco de Arias fueron los únicos que votaron en contra. Toledo escribió al embajador español, duque de Sessa, que Acosta, mostrándose fuera partidario de los cambios, dentro votó con los otros.
Acabada la congregación (18 enero 1594), Acosta escribió (13 julio) al general, justificando su actitud por el deseo de evitar la visita de la CJ por personas de fuera y prometió plena fidelidad y filial obediencia. Según Pedro de Ribadeneira, Acosta actuó con buen celo y por el bien de la CJ, pero equivocadamente, y “quedó aborrecido de sus mismos amigos y de todos”, no por haberse tenido la congregación, que Aquaviva también la quería, sino por haber sido instrumento de la intervención del Rey, “lo cual sintieron mucho las otras naciones” (Ribadeneira 2:218).
En 1595, tras su trienio como superior de Valladolid, pasó a Salamanca. Aquaviva le animó a editar sus sermones cuaresmales y le nombró rector de Salamanca (1597) y, poco después, consultor de provincia. A sugerencia de varios padres, entre ellos de Ribadeneira, Aquaviva le encargó (3 abril 1600) escribir la historia de la CJ en la asistencia de España, pero Acosta había muerto mes y medio antes. La carta annua de 1600, al lamentar su muerte, no escatima elogios: “conocidísimo por su prudencia y sabiduría, y dotado de admirable destreza en los negocios, de todo lo cual dio pruebas preclaras en España, en la India Occidental y finalmente en Roma”. Con todo, su imagen quedó empañada ante muchos jesuitas.
Acosta, escritor fecundo y polifacético, sigue fascinando como roturador en campos tan diversos como la teología, misionología, historia, etnografía, sociología y ciencias naturales. Incluso es visto como uno de los iniciadores de la novela hispanoamericana, por el vigor narrativo de su biografía de Bartolomé Lorenzo, un aventurero portugués, que se hizo jesuita.
OBRAS
“Carta Anua de 1576” (Biblioteca de autores cristianos -BAE- 260-290; Monumenta Peruana -MonPer- 2:211-286).
“Carta Anua de 1578” (BAE 290-302; MonPer 2:608-637).
Doctrina Christiana y Catecismo para instrucción de indios… con un Confesionario, ed. trilingüe (Lima 1584; ed. facs. Madrid, 1985).
Confesionario para los Curas de Indios, ed. trilingüe (Lima, 1585).
Tercer Catecismo. Exposición de la Doctrina Christiana por sermones, ed. trilingüe (Lima, 1585).
“Peregrinación de Bartolomé Lorenzo antes de entrar en la Compañía” (BAE 304-320; trad. Palermo, 1993).
De Natura Novi Orbis libri duo et de Promulgatione Evangelii apud barbaros sive de procuranda Indorum salute libri sex (Salamanca, 1589; trad. Madrid 1952. 1954 [=BAE 73]. Ed. bilingüe íntegra, Madrid 1984-1987).
Historia natural y moral de las Indias (Sevilla, 1590; Madrid [=BAE 73], 1954; México, 1962; ed. facsímil, Valencia, 1977).
De Christo revelato (Roma, 1590).
De temporibus novissimis (Roma, 1590).
Concilium Provinciale Limense (Madrid, 1590). [Diario de la embajada a Roma, 1592] (BAE 353-368).
“Memorial de apología o descargo dirigido a Clemente VIII” (BAE 368-386).
Lopetegui, L., “Tres memoriales inéditos presentados a Clemente VIII por A sobre temas americanos”, Studia missionalia 5 (1949) 73-91.
“Ciropedia o Crianza del rey Ciro” (BNLima?).
Conciones in Quadragesimam (Salamanca 1596).
Conciones de Adventu (Salamanca, 1597).
Tomus tertius Concionum (Salamanca, 1599).
“In Psalmos David, 1-100” [1598-1600] (Bib. U. Salamanca, ms 530).